domingo, 19 de enero de 2014

Articulo Diario New York Times 15-01-2014



Thomas L. Friedman
Miércoles, 15 de Enero, 2014
Si yo tuviera un martillo
EE. UU.
Mi historia preferida en el fascinante libro de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, La segunda edad de las máquinas, es cuando le preguntan al gran maestro neerlandés de ajedrez Jan Hein Donner cómo se prepararía para un encuentro contra una computadora, como Big Blue de IBM. Donner respondió: “Llevaría un martillo”.
Donner no es el único que tiene la fantasía de destruir algunos recientes avances en software y automatización –por ejemplo, los autos que se conducen solos, las fábricas robotizadas y la inteligencia artificial– que no solo están desplazando obreros a pasos acelerados sino que ahora también a trabajadores de oficina e incluso a grandes maestros de ajedrez.
En los últimos diez años sucedió algo muy importante. Algo que se siente en todos los empleos, las fábricas y las escuelas. Podría decir en pocas palabras que el mundo pasó de estar conectado a estar hiperconectado. En consecuencia, el promedio quedó atrás, pues ahora los empresarios tienen acceso más fácil y más barato a software por encima del promedio, a la automatización y al genio barato del extranjero. Brynjolfsson y McAfee, los dos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ofrecen una explicación más detallada: estamos en los albores de la segunda era de las máquinas.
La primera era de las máquinas, precisan los autores, fue la revolución industrial, que surgió con la máquina de vapor patentada en 1871. Este periodo “se refiere a sistemas de energía para reforzar el músculo humano”, explicó McAfee en una entrevista, “y cada invento sucesivo en esa edad suministraba más y más potencia. Pero todas esas máquinas requerían de un ser humano que tomara las decisiones.” Por lo tanto, los inventos de esa época de hecho hicieron que el control y la mano de obra humanas fueran “más valiosas e importantes”. La mano de obra y las máquinas eran complementarias.
En la segunda era de las máquinas, sostiene Brynjolfsson, “estamos empezando a automatizar muchas más tareas cognoscitivas, muchos más sistemas de control que determinan para qué se usa esa potencia. En muchos casos, ahora las máquinas de inteligencia artificial pueden tomar decisiones más sensatas que los humanos”. Así pues, los humanos y las máquinas manejadas por software ya no son complementarios sino excluyentes. Lo que hace que esto sea posible, sostienen los autores, son tres grandes tipos de avances tecnológicos que acaban de llegar a su momento clave de cambio. A estos avances los llaman “exponenciales, digitales y combinatorios”.
Para ilustrar lo exponencial, relatan la historia del rey que quedó tan admirado con el inventor del ajedrez que le ofreció cualquier recompensa. El inventor pensó en arroz para alimentar a su familia. Le pidió al rey que simplemente colocara un grano de arroz en la primera casilla del tablero, y después, en cada casilla subsecuente, el doble de granos que en la anterior. El emperador aceptó hasta que se dio cuenta de que 63 duplicaciones arrojaban un número fantásticamente grande aunque se empezara con un solo grano: del orden de 18 trillones de granos una vez terminada la segunda mitad del tablero.
Los autores comparan esa segunda mitad del tablero con la ley de Moore, que asegura que la potencia de cómputo se duplica inexorablemente cada dos años. A diferencia de la máquina de vapor, que era física y duplicaba su desempeño cada 70 años, las computadoras “mejoran más rápidamente que cualquier otra cosa”, asegura Brynjolfsson. Ahora que estamos en la segunda mitad del tablero digital, estamos viendo autos que se manejan solos en el tráfico, supercomputadoras campeonas en Jeopardy, robots fabriles flexibles y teléfonos de bolsillo con la potencia de las supercomputadoras de una generación atrás.
Ahora sumémosle a esto la difusión de internet, tanto entre las personas como entre las cosas: pronto, todo el mundo tendrá un teléfono inteligente, toda caja registradora, todo motor de avión, todo iPad de los estudiantes y hasta los termostatos estarán transmitiendo datos digitales a través de internet. Y todos esos datos significarán que al instante podremos descubrir y analizar modelos, reproducir de inmediato lo que da resultado a escala global y mejorar lo que no funciona, ya sea una técnica de cirugía de ojos, la enseñanza de fracciones o la operación de un motor GE de avión a 30.000 pies de altura. De pronto, observan los autores, la velocidad se acelera y la pendiente de las mejorías se hace más empinada.
Los avances combinatorios significan que podemos tomar Google Maps y combinarlo con una aplicación para teléfono inteligente como Waze, a través de la cual los conductores trasmiten las condiciones de tráfico en su ruta simplemente llevando el teléfono en el auto. Estos datos se fusionan con un sistema GPS que nos dice no solamente cuál es la mejor ruta para llegar a nuestro destino, sino cuál es la mejor ruta en ese preciso momento, pues está viendo las condiciones del tráfico en todas partes. Con esto nos convertimos al instante en el chofer más inteligente de la ciudad.
Si ponemos todos estos avances juntos, señalan los autores, veremos que nuestra generación tendrá más poder para mejorar (o destruir) el mundo que cualquier generación anterior, dependiendo de menos personas y de más tecnología. Pero también significa que tenemos que reexaminar a fondo nuestro contrato social, pues el trabajo es muy importante para la identidad y dignidad personal y para la estabilidad social. Los autores proponen que se reduzcan los impuestos sobre el trabajo humano para que este sea más barato que el digital; que se reinvente la educación para que la gente pueda “competir con las máquinas”, no en contra de ellas; que se haga más por fomentar el espíritu de empresa que inventa industrias y crea empleos; e incluso, garantizarle a cada ciudadano estadounidense un ingreso básico. Tenemos que replantearnos muchas cosas, sostienen, pues no estamos solamente en un bache de empleo provocado por la recesión. Estamos en medio de un torbellino tecnológico que está remodelando el lugar de trabajo. Y esto no deja de duplicarse.
© The New York Times 2014.

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